martes, 25 de noviembre de 2008

That 50´s show...


Recuerdo perfectamente que ese día, antes de sacarme la foto, había ido a la trastienda de una pulpería a apostar en una pelea de gallos donde participaba el gallo de un amigo mío al que le había puesto su nombre: Claudio.
Arrancó el primer y único round y el gallo Claudio le decía a Mr. Pollo "lanza la piña digo... lánzala hijo!". Le saltó a la cabeza y se agarró fuerte, metiendole un dedo en el ojo. Al minuto el animal cayó desangrándose en la tierra y acalló los gritos de los apostadores que se encontraban alrededor de la arena de combate.
Me retiré con mis 50 ctvos de peso ley, que por aquel entonces alcanzaban para un viaje en tranvía, una torta de jamón, dos vueltas en calecita, una de las dos bolas del ticki tacka, el CD de Jonnhy Alvino con el trío los panchos, una clase de baile en la academia John Travolta y una entrada al flamante estreno cinematográfico Lo que el viento se llevó, que luego harían la secuela en el 2000 con Twister...
Agarré mi monopatín y patié hasta mi casa en la calle Ramón Falcón del barrio de Flores. Me crucé con el Poeta Allen que venía junto a Manuel Mandeb. Ambos me frenaron con caras de urgencia y me preguntaron al pasar si había visto a una tal chica "Gómez" de apellido, primera novia del famoso Poeta.
Obviamente mi respuesta fue un "no" rotundo, ya que la diferencia de edad que nos separaba hacía imposible que yo pueda conocer a una chica de su generación. Allen bajó la cabeza y siguió su camino mirando el piso.
Manuel Mandeb se quedó a mi lado leyendo en mi rostro la tristeza de no poder ayudar a su amigo. Me puso una mano en el hombro y me dijo agradecido "Las aventuras verdaderamente grandes son aquellas que mejoran el alma de quien las vive. En ese único sentido es indispensable buscar a la Primera Novia. El hombre sabio debera cuidar -eso sí- el detenerse a tiempo, antes de encontrarla."

Dio media vuelta y alcanzó a su amigo al trote. Yo me quedé mirando. Ellos siguieron su rumbo y yo aprendí una gran lección de vida...

martes, 18 de noviembre de 2008

Es increíble que en el siglo XXI...

...caracterizado por la apertura mental, el poder compartir los más obscuros secretos y todo este tipo de cosas a las que nos fueron acostumbrando los reallity show, los blogs de fotos o las páginas donde la gente comparte gran parte de su vida como MySpace o Facebook, todavía hoy sean tabú los mocos.
Como si nadie supiera que es algo natural que la nariz produzca mucosidades y que si estas se ponen muy espesas las mismas pueden molestar mucho y haya que sacarlas. Hasta pueden ser muy dolorosas si llegan a un estado sólido y puntiagudo.
Nadie dice que sea lindo compartir ese momento y querer gritar a los cuatro vientos “mirá el verde que me saqué!!!”, pero tampoco el otro extremo.
Si observamos a la gente en la soledad de su hogar, y hasta a muchos otros en momentos donde crean que no son vistos (en la oficina mientras trabaja, en la facultad mientras el profesor explica, etc), podremos ver que la mayoría de la gente saca los mocos con los dedos y no con pañuelos.
Lo que es muy divertido es ver la técnica utilizada por cada uno: está el que solo usa el índice, y lo gira para un lado y para el otro como si fuera un supertaladro perforando la plataforma submarina de brasil en busca de petróleo. Está el que trata de pasar por fino y usa el meñique, con gran habilidad, para llegar a esos lugares difíciles. También podemos observar al ya fanático, que después de tantos años de sacamoco ninguno de estos dedos lo satisface y se saca los dichosos moquitos con el pulgar. Y por último está el que, indistintamente con qué dedo se los saque, hace unas caras y morisquetas increíbles, como batiéndose en una lucha sin tregua por usurpar a la pobre mucosidad y echarla de su guarida, desalojando toda duda de quién manda.
Otro tema es qué hace después con el tan preciado trofeo.
La gran mayoría hace la ya tan famosa “pelotita”. Como que debe transportarnos a nuestra infancia este movimiento de pulgar e índice en redondel, que giran y giran amasando. Hay sub-ramas, aquellas que lo ponen cuidadosamente en un pañuelo, pero están los que los tiran lo más lejos que pueden. Después se olvidan, tal vez, y caminando descalzos por la casa se los vuelven a encontrar. Alguno que otro se para de donde esté y va al baño a tirarlo al inodoro o la pileta, despidiéndose de su amigo sabiendo que es la última vez que lo verá.
No quiero entrar en la categoría de los “pegadores”. Esos sí que son desagradables, porque en cualquier mobiliario uno puede dar con uno de estos instrusos y ahí puteamos al maleducado (o malaprendido) que dejó un regalito.
Pero si hay algo que no escapa a ninguna de estas categorías y subcategorías, es que todos, TODOS, sin dejar a nadie de lado, cuando termina la tarea, mira fijamente lo que sacó. Es una especie de curiosidad morbosa que nos lleva a ver el resultado de la afanosa tarea. O tal vez simplemente orgullo de lo que uno puede fabricar.
Lo único que yo puedo decirles de mí, es que no me gusta andar descalzo en mi casa.