miércoles, 2 de diciembre de 2009

Reglas básicas para una sociedad mejor

Antes de empezar a leer me parece necesario aclarar que esto no es gracioso, ni nada por el estilo...
El otro día iba por la calle y de pronto veo a un hombre tirar un papel al piso y, como cada vez que veo a alguien ensuciar la calle, le digo: “se le cayó un papel señor”.
Su respuesta es la que más se repite, se da vuelta con una sonrisa muy natural y me dice “no se me cayó, lo tiré. Gracias”. Ese último “gracias” y la sonrisa lo hacen parecer alguien muy educado, me agradece muy amablemente que le haya avisado que se le cayó un papel. La verdad es que es un hijo de puta.
Entonces se me ocurrió escribir algunas reglas básicas para una sociedad mejor, donde los que nos damos cuenta de estas cosas, les marquemos a estos otros lo que no hacen. De este modo y por contínua repetición, entiendo se verán obligados a cambiar su forma de actuar (o se van a cagar a piñas permanentemente).
Algunas cuestiones básicas:
- No arrojar papeles en la vía pública, ni siquiera cigarrillos. Si ves a alguien que lo hace, decirle en voz alta y fuerte (para que escuche la gente que está cerca), que se le cayó un papel, cigarrillo, etc. Si responde “no se me cayó”, decirle “entonces simplemente es un SUCIO”.
- Si tenés un perro, levantá la suciedad del mismo, aunque sea que lo hace en una plaza. Pensá que otra gente va con sus hijos a jugar al pasto. Si ves a alguien que no lo hace, simplemente le decís “SUCIO”. En este punto, también funciona por la positiva. Cada vez que veo a alguien levantando la suciedad de su perro, lo felicito por lo que hace.
- Utilizar los muy básicos “por favor”, “gracias”, “permiso”, “disculpas”. Si alguien no lo hace en una situación muy obvia, decirle “MALEDUCADO”.

Mucha gente puede reaccionar enojada y queriendo pelear. La mejor manera de responderle es siempre calmado y muy educadamente, ya que nuestra intención no es pelear sino hacer que la gente colabore con cuestiones básicas para el bienestar de todos. Yo creo que si cada uno hace lo que le toca, y le señala al otro lo que no hace, de a poco todos van a empezar a hacer las cosas un poquito mejor. Pero si nos hacemos los boludos, el que lo hace se va a sentir que es el único que cumple las reglas y dejará de hacerlo.

jueves, 11 de junio de 2009

Walt Disney Hoy


El otro día miraba la tele y mientras hacía zapping pasaba, entre otras cosas, de una película de Disney hasta Crónica TV con sus carteles rojos con crudas realidades nacionales como “EXCLUSIVO: un perro le comió los testículos a su dueño”. Entonces fantaseo y pienso cómo serían las historias de las viejas películas del eterno y “frívolo” Walt Disney, si fuesen hechas hoy en día en Argentina.
Por ejemplo, la historia de Aladino sería la de un cartonero que se la pasa todo el día caminando y revolviendo basura para buscar papel. Abriría una bolsa y se encontraría la maravillosa lámpara. La frotaría para sacarle brillo y allí se cortaría con el borde oxidado. Aparecería mágicamente un hombre bajito, de tez oscura y con un turbante en la cabeza, con cara de turco. El cartonero pensaría que es Menem que va por más, pero no; es el genio de la lámpara. Al parecer antes trabajaba en el Conicet, pero como ya no le pagaban el sueldo se puso a laburar de genio en la lámpara.
El primer deseo del cartonero sería no haberse contagiado de SIDA al cortarse con la lámpara, o al menos no haberse agarrado tétanos. O de última, que lo atiendan bien en el hospital público de la otra cuadra: que tengan vendajes y los remedios necesarios.
También me imaginaba a Alí Babá y los cuarenta ladrones del siglo XXI, made in Argentina. En lugar de viajar a caballo por el desierto viajarían en el Tango 01. Su “cueva” sería rosada y nunca los atraparían por sus fechorías.
La historia de Bambi sería la de un ciervo tierno e inofensivo que estaba de paseo por Palermo junto a su madre y que de pronto se queda huérfano por el disparo del oficial “Gatillo Fácil” que confunde la cornamenta de la madre con armas y su cercanía a los travestis ponía en peligro la recaudación de la noche.
La Sirenita viviría en la provincia de Santa Fé y sería la imposible historia de amor entre una damnificada y un voluntario de la cruz roja que lo terminan echando porque descubre galpones llenos de donaciones sin repartir.
Alicia en el país de las maravillas sería la historia de una pobre chica que iba distraída al cruzar la calle y se cayó dentro de un bache que nunca fue tapado porque no había elecciones en los próximos meses. Dentro del pozo se encontraría con un mondo fantástico, de cuentos. Se cruzaría con un policía “al servicio de la comunidad”, una justicia paradójicamente justa, con jubilaciones dignas, ganadas con el trabajo de toda la vida de una persona recta y no con privilegios inventados. Se encontraría también con escuelas llenas de chicos que realmente aprenden, hospitales que curan a la gente y con planes trabajar vacantes por no haber gente desocupada. Finalmente Alicia despertaría y se daría cuenta que todas sus fantasías eran producto de las inhalaciones de gas tóxico proveniente de los caños de escape de los colectivos que circulaban por esa avenida.
Y empiezo a pensar si eso mismo no es lo que me afectó a mí también y me hizo prender la tele para ver a Tinelli.

martes, 9 de junio de 2009

Como si fuera ayer

Cierra la puerta del departamento y mientras camina por el palier para salir del edificio revisa sus bolsillos para asegurarse de no olvidar nada. “Llaves, plata, documentos” repasa mentalmente, mientras pone play en su ipod y empieza a sonar música en sus oídos.
Llega a la puerta de salida, la abre y lo primero que siente al salir a la calle es el sol que pega en sus ojos, por lo que atina casi en un movimiento automático a ponerse los lentes de sol que descansaban sobre su cabeza.
Emprende camino hacia el lugar de encuentro, hacia donde se llevará a cabo la cita. Mientras transcurren las cuadras piensa en su cara, en su sonrisa en todo lo que la conoce, pero por sobre todo en lo que le falta conocer.
Mira su reloj, está unos minutos temprano, pero aún así no afloja la marcha, siempre gustó de tener paso ligero.
Va mirando la gente que pasa, busca caras conocidas de tantos años de barrio. Las costumbres parecen no cambiar y la gente tampoco.
Al llegar al puente que cruza la vía, se asoma hacia abajo fascinado como hacía cuando era chico, esperando ver que justo pase un tren y poder quedarse ahí para sentir la vibración de sus pies que mueven su cuerpo entero.
Lamentablemente en ese momento no pasa ningún tren y a pesar de eso sigue su camino con una sonrisa en la cara. No es su prioridad ahora ver el paso del tren y el recuerdo de la infancia se borra rápidamente pensando en el pronto encuentro, el que lo alegra en este preciso instante.
Llega al cruce de las avenidas donde deben encontrarse y se fija si ella llegó. Como era de esperarse al estar unos minutos temprano, no ha llegado. Decide esperarla parado en la esquina, apoyado en un palo de luz, escuchando música y deseando que pasen rápido los minutos.
Al poco rato siente dos manos que le tocan la cintura. Un escalofrío recorre su cuerpo, como una nueva sensación que tiene el gusto de lo ya vivido, pero que es nacimiento cada vez.
Se da vuelta para mirarla a la cara y esa hermosa sonrisa termina de hacer el recorrido final del escalofrío que muere en su pecho dejando una cálida sensación de placer.
Ella acerca su cara a la suya y le da un beso que le dice muchas cosas que ya pensaba. Solo sabe que eso se va a repetir una y otra vez y eso mismo pensó 20 años antes cuando un día como ese, se encontraban por primera vez en ese mismo lugar, casi como si fuera ayer.

viernes, 20 de marzo de 2009

La secta del búho que aterriza


Cuenta la leyenda, que hace muchos años un hombre con un brazo mágico, creó la secta del búho que aterriza.
Se dice que dicho hombre tenía el brazo mágico, ya que con su corta longitud podía captar auto-fotos perfectamente centradas en cualquier situación y lugar, incluso con más personas en la imagen. Hasta corre el rumor que una vez llegó a tomar una auto-fotografía en la que aparecía él junto a sus 27 amigos con los que había concurrido a una fiesta, en donde aparecieron todos perfectamente enfocados, todos sonrientes y ninguno tuvo el famoso efecto “ojos rojos”, a pesar que más de uno ya los tenía así antes de la foto.
Los más fanáticos y exagerados hablan de fotos con más gente todavía, pero no se tienen registros de las mismas.
Cuenta la historia también, que muchas personas que no creían en sus poderes, le hacían desafíos que él amablemente aceptaba y sin ningún problema superaba ante el asombro del desafiante. En antiguos registros figuran las líneas de un fiel creyente que una vez, todavía no siendo adorardor del búho que aterriza, lo cruzó por la calle y le pidió que sacara una foto con su diminuta cámara azul, una auto-foto, junto con él y otra persona que pasaba por ahí, y que en la misma apareciera también el cartel de cruce de las avenidas Santa Fé y Callao.
Está escrito que el gurú, agarró la cámara en forma casi automática de su bolsillo, abrí la lente con una sola mano, y en un segundo apuntó y disparó el flash que aturdió los ojos desprevenidos de los fotografiados que no esperaban tal rapidez.
En un movimiento instantáneo, les mostró el resultado de la foto donde aparecían los tres sonrientes, con el cartel de Callao y Santa Fé sobre sus cabezas, y como adicional, como frutilla de la torta, la cara sonriente de Valeria Maza que los miraba desde la publicidad de ropa interior pintada en la pared de un edificio que auspiciaba de escenario cosmopolita de la urbe porteña.
Pero no es objeto de esta historia contar sus habilidades con la cámara, muy por el contrario, esto es simplemente un hecho anecdótico que demuestra uno de sus tantos poderes. En cambio, la razón de ser de estas líneas es difundir la adoración a un culto, a una manera de representar la vida en movimiento, momentos dignos del Animal Planet.
Es por eso que pasaremos a contar los hechos que dan nacimiento a la secta del búho que aterriza.
Érase una vez en una hermosa plaza de la Ciudad de Buenos aires, o más bien en un parque debido a su tamaño, que se encontraba el gurú junto con dos amigos y otros acompañantes. Reflexionando sobre la vida, definiendo lo efímero de ciertos actos cotidianos, riendo sobre chistes contados a las 3 de la tarde, tomando enseñanzas de grandes sabios que le dejaron en su mente frases que recordaría por el resto de su vida, como ser “le llora el ojo al tigre viendo la presa tan cerca”, el gurú decidió hacer un movimiento que venía desarrollando hacía hace tiempo, fruto de la delicada observación de la naturaleza, de su admiración por las aves y su libertad para volar y tomar los rumbos que su instinto sugiere.
Se paró sobre sus dos piernas muy lentamente, como quién reflexiona antes de hacer cada movimiento indicándole a su cuerpo, a todos y cada uno de sus músculos, el orden correcto de activación para que en su conjunto sean estéticamente bellos al ojo humano. Irguió su pecho tomando aire, como un globo que inflado con helio se hincha y se eleva, movió ambos brazos flexionando los codos a noventa grados y frenando las manos a la altura de la cabeza. Y de un rápido movimiento llevó los codos hacia delante, volviendolos también rápido hacia atrás, pero no llegando a la misma posición sino unos centímetros antes, mientras comenzaba a flexionar levemente ambas rodillas. Repitió rápido, en un solo movimiento en forma coordinada y continuada, el paso anterior, otra vez volviendo los codos hacia delante y hacia atrás, una y otra vez cada vez más lentamente, como en el aleteo de un ave. Pero no en un ave cualquiera, es el clásico movimiento de un búho, aterrizando, frenando la velocidad y generando más resistencia al aire para disminuir el efecto de la inercia que le dio la velocidad y la aerodinamia que le regaló la naturaleza.
Y la flexión lenta de sus rodillas completaba el efecto visual adecuado.
Su pequeño y, hoy día envidiado público, se quedó boquiabierto tratando de entender lo que acababan de ver. Sin saberlo, eran testigos por primera vez del nacimiento de un movimiento que se volvería masivo y seguido por miles y miles de personas de todo el mundo. Los tres segundos que habían durado el movimiento completo, habían bastado para generar la imagen mental del búho aterrizando. Una sensación de Paz, Unión, Respeto y Amor, invadió sus cuerpos. La felicidad a niveles no esperados se apoderó de sus almas y quedaron encantados.
Es por eso que a partir de ese momento, esas personas no volverían a ser las mismas.
Hoy en día, secretamente, muchas personas y grandes personalidades, adoran a esta secta en silencio, desde el interior de sus almas, ya que una de las primeras reglas de la secta es “No hablarás de la secta del búho que aterriza” y su segunda regla es “No hablarás de la secta del búho que aterriza”.

viernes, 27 de febrero de 2009

Imagina...

Imagina lo lejos que puedes llegar; imagina lo mucho que puedes subir.
Imagina cuando el blanco polvo del esplendor toque tu boca y tu sonrisa despliegue alas capaces de recorrer distancias exorbitantes. Cuando la brisa pierda la humedad que seca las lágrimas y el color del aire se empiece a tornar transparente. Cuando al cerrar los ojos veas aquello que siempre quisiste ver y que su luz te encandilaba. Cuando sea azul el color de los pájaros y dejen rastros tornasolados a tu alrededor. Cuando tu pelo se revuelva por un torbellino de aire calmo y sincero. Cuando creas que la locura golpea la puerta de entrada y simplemente veas que era el viento que te jugaba una mala pasada. Cuando sientas un cosquilleo pasar por tus tobillos, y al bajar la vista veas una estrella, es ahí cuando te das cuenta que podés llegar al cielo.

miércoles, 7 de enero de 2009

Un cuento de Navidad

El aire está cálido, pero la brisa da esa sensación agradable en el rostro que me hace cerrar los ojos y sonreir. Es una frescura limpia, pura, que genera sentimientos de libertad.
Las calles están vacías; no se escuchan los ruidos de los autos, los de los camiones de la basura que habitualmente pasan a esta hora, no se ve gente que salió a caminar. Están todos celebrando, reunidos con sus familias, abriendo regalos, intercambiando alegrías.
En una esquina puede verse un gato que, aprovechando que no hay nadie, se roba un poco de sobras de una bolsa de basura que desgarró con sus uñas.
Las casas están coloridas, con adornos en las puertas y con luces en las ventanas. A través de ellas pueden verse los arbolitos armados con bolas de colores, estrellas brillantes y luces danzantes.
Hay una de ellas que me llama la atención. Una ventana de una casa a través de la cuál se observa una típica imagen navideña.
La familia está sentada alrededor de una mesa enorme. Ellos son pocos, pero con la alegría que tienen, con las sonrisas que ocupan sus rostros enteros, parecieran ser un montón. Los platos ya están casi vacíos y las velas casi consumidas. Los adornos hacen parecer a la comida como en un segundo plano.
El padre se levanta y va hasta la habitación hasta que se pierde de vista. Los chicos, que corren alrededor de la mesa con los brazos en alto, juegan y se divierten entre ellos. La madre se pone a jugar con los chicos que, entretenidos, no notan que vuelve el padre y coloca los regalos debajo del arbolito. Es tan lindo. Brilla gracias a las luces que parecen bailar, por momentos descontroladas, por momentos armónicas.
Despacio, vuelve a sentarse en la mesa y le pide a sus hijos que vuelvan a sentarse para comer el postre. Están por dar las doce.
La madre va hasta la cocina y anuncia que desapareció la comida que habían dejado para Papa Noel y que el agua y pasto para los renos no estaban más.
Los chicos, sorprendidos, salen disparados como un rayo hacia la cocina. Efectivamente faltaba la ofrenda que horas antes habían preparado para el benéfico Santa.
El padre entonces levanta la cabeza en señal de estar escuchando muy atentamente lo que pasa en la habitación contigua. Se acerca el dedo índice a la boca indicándole a los niños que hagan silencio.
- Escucharon eso? – Pregunta bajito.
Nadie responde.
- Me pareció oír ruido en la chimenea.
Sin decir palabra más los chicos corren de la cocina al living donde se encuentran con un arbolito lleno de paquetes envueltos en preciosos colores.
La emoción que sienten es indescriptible.
Ambos niños miran al padre al mismo tiempo pidiéndole que lea para quién es cada regalo. No pueden esperar un minuto más.
El padre reparte a cada unos sus regalos y se sienta con la esposa a observar a los hijos disfrutar de ese momento. Ver tan felices a sus seres más queridos es impagable y le genera la mayor felicidad que jamás imaginó.
Todo esto se debe estar repitiendo en todas, o casi todas las casas de la cuadra. Y es ahí cuando me preguntó por qué a mi me tocó tener que andar recorriendo la calle en busca de comida, revolviendo tachos y durmiendo en plazas.