miércoles, 22 de octubre de 2008

La época de la pajería...


Hoy hablando con mi amigo personal (siempre me pareció muy pelotuda esta frase, porque los amigos son personales intrínsecamente! Salvo que tengas “amigos prestados”) Gonza Megazopeda (es su verdadero apellido, no saben el levante que tiene entre las vedettes), me contó que leía el blog este, solo porque lo tengo de nick en el msn, sino ni en pedo lo buscaba en google o escribía la dirección web en el browser.
Y ahí me dio a entender que era un pajero de mierda.
Y sí. Hoy día es algo muy normal y que sucede todo el tiempo. La gente habla por msn y escribe las palabras incompletas porque le da paja escribirla toda: “Kc lko! Tdo ben?” o “Ns vmos a kger a tu hna. Slds”. Una típica conversación por msn es:
A: Hey! Pasame las fotos de la fiesta del sábado por mail, plissssss!
B: Ok, escribime tu mail acá así hago “cut & paste”.

Decime si no era más rápido escribir directamente vos la dirección de mail de A!!! Pero no es cuestión de eso, es pajería pura.
En los tiempos que corren está de moda ser un colgado. Uyyyy, qué copado, se re colgó, jejejej. Y nos dejó a todos los demás boludos que no somos colgados, esperandolo en el restorant, cagados de hambre.
La verdad es que pensaba escribir un poco más, pero me da mucha paja. Cuando se pase esta época de pajería, vuelvo a escribir.
Bahhh… más que una época, un estilo de vida!

viernes, 17 de octubre de 2008

La crisis mundial que no leimos en los libros de historia


Hoy en día todo el mundo anda preocupado por la situación mundial. Es tapa de todos los diarios cómo fueron los mercados de valores europeos, asiáticos, norteamericanos y, por supuesto, el argentino, durante la jornada anterior. Falta nomás que aparezca en la portada del Ole y estamos completos.
Todo el mundo habla de cuántos puntos bajó el Merval, cuánto cayó el Dow Jones (¿quién mierda habrá sido el Sr. Dow Jones? Bueno, mejor dicho Mr. Dow Jones); se sabe que las principales acciones siguen cayendo, que los bancos hacen salvatajes (se corre la bola que de tantos salvatajes los piensan llevar a la costa argentina para que en el verano hagan las veces de guarda vidas).
Frenemos un poquito.
No, un poquito más.
Ahora sí, ¿alguien entiende de qué va todo esto? Yo sigo desayunando nesquik con choco crispis, me lleva el mismo bondi al laburo, me rasco las pelotas hasta las 11 como siempre y después empiezo a trabajar. Mis pedos siguen teniendo el mismo mal olor (tal vez ahora huelen un poquito más feo nomás, pero es el transcurso natural de la vida y mi pudrimiento interior). Tinelli sigue siendo el mismo imbésil, garca y pajero que desde el primer videomatch (más aún, desde que relataba partidos de fútbol con Mauro Viale). Para resumirlo y parafrasear al amigo Pity (amigo de alguien es, seguro): “todo sigue igual, todo sigue igual de bien”.
Entonces, ¿por qué nos preocupa tanto esto que pasa? ¿Realmente nos llegará a afectar en algún momento?
Te cuento un secreto, pero no se lo digas a nadie (es la idea básica del secreto, obvio). Tengo la sensación de que nos tendríamos que preocupar solamente porque al que le puede ir mal es a Estados Unidos. Entonces, nosotros la ligamos de rebote. No quiero entrar en tecnicismos que ustedes no entenderían, sobretodo porque serían inventados por mí ahora mismo, por lo que voy a hacer una analogía (jeje, yo sé lo que pensaron, pero no voy a caer en el chiste fácil a lo MIDACHI).
Imaginen (John Lennon Dixit). Imaginen dos hermanitos, uno de 9 años, el otro de 6. Se quedan solos en la casa por 10 minutos mientras los padres salieron a hacer algo. El mayor de ellos anda caminando por la casa descalzo y en una de esas, como a todos nos ha pasado, patea sin querer una mesa, una silla o cualquier otro objeto inanimado y firme que le hace mierda el dedito chiquito del pie. El menor que vio toda la escena no puede evitar la risita burlona que su cara desespera por mostrar.
¿Qué hace el grande en ese momento? En lugar de reconocer que fue muy estúpido al comerse así la mesa, la silla o el otro objeto inanimado y firme, por andar descalzo, se da media vuelta y empieza a correr al pendejo para cagarlo a piñas.
¡¡Así funciona el mundo señores!! El más grande, cuando sufre un poquito, hace que el chiquito disfrute. Y si descubre que el chiquito disfruta de eso, lo casca para que deje de disfrutar y sufra peor que él.
Volviendo a este hermoso y serio análisis económico del futuro que nos depara a la Argentina, lo que yo siento que va a pasar es que los yankees se van a cansar de que les vaya mal y nosotros nos caguemos de la risa de ellos desde nuestro país bananero, y de alguna manera nos van a embocar. No sé cómo, pero ellos se encargarán de hacerlo parecer un problema nuestro (a ver si vuelven mami y papi del kiosco y nos ven llorando).
Así que, visto y considerando lo que se viene, yo recomiendo vender las joyas de la abuela, total a lo sumo le quedan un par de años y no nos alcanza el tiempo para pasar la crisis que se viene. Dejen de ahorrar en dólares y euros, la moneda que se viene fuerte fuerte son los Soles Peruanos. Ojo! Nosotros que somos re pishos y aprendemos la lección, no vamos a abrir un puto plazo fijo, sabemos que si se viene el corralito nos abrochan a todos de nuevo. ¿Patacones? Olvidaaaaate!
Ya habiendo servido de asesor financiero de todos ustedes que no deben hacer una mierda (por eso están acá leyendo!), no deben tener un solo ahorro, así que no los molesto más. Mejor me voy a vender mis acciones de Molinos Río de la Plata. Byeee!

martes, 14 de octubre de 2008

Decir lo que hay que decir

Cuando cortó se quedó pensando en todo lo que tenía que haberle dicho. No era la primera vez que se quedaba con las palabras en la boca y tenía que tragárselas. Y el sabor amargo que le provocaba no se le iría por largo rato. Claro está que la solución era vomitar las palabras, poder sacarlas de adentro para liberarse y sentirse mejor.
Siguió imaginando cómo sería la conversación si la volviera a llamar. Pensó una y otra vez lo que le diría y las respuestas que ella le daría. Dio vuelta el discurso para ver si evitaba sus reproches, si por una vez conseguía que salga de la terquedad y lo pudiera escuchar. Eso, necesitaba ser escuchado.
Tomó el tuvo del teléfono y se frenó un segundo. Tomó aire como queriendo convencerse de que lo que iba a hacer era lo correcto. Justo antes de poner el dedo sobre el primer número tuvo una brillante idea. La mejor. La única que evitaría lo que siempre le molestaba de esas conversaciones. Algo que no se le había ocurrido nunca antes y que ahora estaba dispuesto a hacer para poder sentirse pleno: la llamaría y hablaría sin parar. Le diría todo en un tono lo suficientemente prepotente como para que ella no lo interrumpa, pero lo suficientemente cordial como para que no le corte.
Entonces de esa manera lograría hablar sin tener que escucharla y así poder decir todo lo que tenía que decir. Porque tiene mucho guardado y tiene que sacarlo. Porque hace mucho que acumula y no quiere seguir escatimando palabras. Es por eso que va a decirle todo.
Entonces baja la mano completa, con el dedo índice estirado como si estuviera señalando. Lo posa suavemente sobre el botón del teléfono que tiene un número cuatro en él. Luego, sin tener que pensarlo y a una velocidad increíble, hace lo mismo sobre el botón que tiene impreso el número ocho, luego sobre el dos, el uno, el tres, seguidamente sobre el seis y el siete y finalmente se posa como triunfal sobre el cuatro.
Suena. Qué terrible ese sonido; el sonido que ahora significa espera infinita. Cada vez que escucha el tono en su oído, se imagina que recorre a toda velocidad el cable telefónico, hasta llegar a una enorme red de cables donde encuentra el camino directo hacia la central. Sigue, siempre dentro del mismo tramo de cable de cobre, hasta que llega a un tramo final. Siente que el camino se hace más veloz, que entró en una autopista de luz directo hacia la central, donde siente que va a llegar, pero lo único que sucedes es que sigue hacia su rumbo. Y así, pasando por distintos nudos, va acercándose al hogar destino de la llamada.
Su imaginación se ve interrumpida por un “hola” que llega desde el otro lado de la línea.
Se queda un segundo en silencio y empieza a hablar:
“Mirá, estuve pensando todo lo que hablamos. La verdad es que no estoy para nada de acuerdo con lo que pensás, más que nada con eso de que yo no me preocupo por la pareja. Si fuese así, no me hubiera quedado todo este tiempo pensando en nosotros y la conversación que tuvimos. No me hubiese quedado repasando mentalmente mis actitudes y cómo ellas afectan a la relación y cuánta de la responsabilidad de lo que nos pasa es mía, y por lo tanto, cuánta es tuya. Llegué a la conclusión de que vos sos tanto o más responsable que yo respecto a los problemas que tenemos, especialmente sobre aquellos que me querés tirar a mí y lavarte las manos. ¿Sabés todas las veces que yo...”.
Así, siguió hablando durante alrededor de 40 minutos. Cuando terminó de decir todo lo que tenía que decir, finalizó la conversación del siguiente modo:
“... y así es como me siento. Espero que puedas entenderlo y pensar en esto como yo pienso. Y dedicarle tiempo como yo le dedico. Y que de ahora en adelante me dejes expresar y opinar como pude hacerlo hoy, así que nos vemos mañana.”
Cortó. Bajó el tuvo y lo apoyó sobre el aparato telefónico para terminar con la comunicación.
Suspiró fuerte. Volvió a tomar aire en forma profunda por la boca y lo expiró luego.
Se sentó como cansado. Había pasado los 40 minutos parado, hablando en voz potente y con una especie de tensión.
Decidió irse a dormir, a pesar de que todavía era temprano. Igualmente sabía que no se dormiría enseguida. Sabía que se iba a quedar pensando en la charla y las repercusiones, la importancia de haber hecho lo que hizo. Y así fue, tardó más de una hora en dormirse; pero esta vez no le preocupó. Estaba bien tranquilo, porque no sabía que en ese mismo momento, una señora de aproximadamente unos cuarenta años, estaba cenando con su familia y les estaba contando que un loco había llamado por teléfono hacía más de una hora y había hablado sin parar sin identificarse y sin dejarla hablar a ella, ya que cortó antes de que ella pudiera pronunciar palabra, y advertirle que había marcado número equivocado.